Estaba yo en tercero de la ESO, o segundo; da igual, es irrelevante. El asunto es que uno de mis compañeros de clase estaba experimentando con unas gomas elásticas y par de bolígrafos, para ver que ocurría si se usaban de tirachinas. El caso es que la goma elástica tenía una gran fuerza y los ensayos en el patio le salieron bastante bien. Sacadas las conclusiones oportunas del ensayo, decidió que su estreno consistiría en emplear el lanzamiento de tirachinas casero con una canica algo más pequeña que una pelota de golf.
Abrió la ventana, cargó la goma y la soltó. La canica voló desde mi clase de secundaria, ubicada en lo que sería un cuarto piso, hasta el bloque de edificios de la acera de frente. Fue cayendo en su recorrido hasta impactar con la luna reforzada, de un comercio de la acera en cuestión, provocando un boquete de un par de centímetros como si de un impacto de bala se tratase. Tratar de imaginar que hubiera pasado si una persona hubiera pasado por allí es algo bastante fácil aunque no muy agradable de hacer.
El Director del colegio, entre el asombro y la estupefacción, envió a mi compañero al mismo local al que acababa de disparar. Cuándo se expuso al gerente del mismo, y a su enfado, apenas necesitó reprimendas ni de los padres, ni de ningún profesor del centro. Este alumno solía pasar por alto la autoridad de los profesores. Estaba acostumbrado a burlarse de ella. El problema le vino cuando se enfrentó a una autoridad a la cual no estaba hecho, y a la que no tenía tomada la medida. El mundo adulto (no escolar) se le vino encima.
No quiero decir con esta microhistoria que la solución a la mayoría de conflictos del aula sea mostrar al alumno conflictivo una demostración de fuerza o algo parecido.
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