Probablemente haya pocas persona de habla hispana que sean preguntadas por si conocen El Quijote y su reacción sea una mueca, un gesto o una palabra de sorpresa o de desconocimiento sobre el asunto. Quien no lo conoce, reconoce las múltiples imágenes que de esta novela aparecen en sellos, logotipos, marcas de vino etc. Habitualmente, la imagen socorridísima de las aventuras de don Quijote, es aquella en la que se le muestra en duelo con los molinos. Pues bien, en este blog de hoy, hablaré tanto de El Quijote en general, como de sus molinos en particular.
Siguiendo con el comienzo de la introducción, diré, que el número de personas que han leído esta maravillosa novela es muy pequeño en comparación con aquellas que han oído hablar de ella. En mi caso particular, hace apenas un año no la había leído, y a pesar de ello, de lo arraigada que se encuentra en la cultura popular creía conocerla completamente. Esto me hacía pensar que no necesitaba leerla, pues sabía de que trataba, sobre que temas giraba y que sensaciones me iba a producir. Creía conocerla más que por un acercamiento breve a adaptaciones infantiles, y con eso me daba por satisfecho. Pese a esto, un día de cuarentena, tuve la extraña idea de comenzar a leerla. Recibí una tremenda hostia. Nunca había encontrado un libro que me tuviera tan enganchado, que me resultará tan fácil de reproducir en mi cabeza, la acción narrada, que me provocara sentimientos tan sinceros, haciéndome reír y llorar, a la vez que me provocaba desde lástima y rabia hasta admiración.
Como iba diciendo, fue tan grande la hostia, que cuando lo acabé, pensé que nunca más iba a volver a leer nada parecido, que todo esfuerzo por encontrar una novela que me evocara algo parecido iba a ser en vano. De momento, lo está siendo; aunque he de decir que tampoco leo distintas cosas con lupa, como intentando hacer comparaciones constantes entre unos textos y otros.
Ahora vamos con los molinos. No quiero minusvalorar en absoluto ese pasaje de la obra. Aunque también diré que ni de lejos me resulta el más impactante. Sí creo que es el más (o de los más) fácil de transformar en imagen, en definitiva, de convertir en icono. Hay pasajes como el del gobierno de la ínsula Barataria o el del barco encantado, en mi opinión, mucho más enternecedores y chocantes. Este último es el que quizás me haya sorprendido más.
Ahora bien, por darle un plano educativo a esta entrada del blog, ¿Cómo llevamos esta lectura a las aulas?. Honestamente no tengo ni la menor idea. Convertida esta en obligatoria, generaría un rechazo de primeras difícil de superar. Si se sugiere, todo lo que la novela impone, haría que nadie o unos pocos optaran por leerlo.
En definitiva, quizás la mejor opción sea optar por las adaptaciones como trampolín a una futura lectura adulta de la narración original.
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